En teoría, la teoría es igual a la práctica. En la práctica no lo es.
En el uso cotidiano, la palabra ‘teoría’ ocupa un lugar intermedio entre el hecho concreto y seguro y la especulación sin fundamentos. Para un científico, en cambio, el significado está en las antípodas: representa el conocimiento más acabado y actual de la cosa que estudia. Por eso, cuando uno habla de la teoría de la evolución, con la palabra teoría no está avisando su equivocación prematura o que, en definitiva, que en la práctica las cosas serán distintas a lo que dice; lo que afirma es que lo que tiene entre manos es el mejor conocimiento disponible, que existe gran cantidad de datos que sustentan las hipótesis, que hay varias ideas funcionando bien de forma simultánea, que otros campos del conocimiento son compatibles con las ideas formuladas y que el hecho de la evolución es compatible con otros hechos pertenecientes a diferentes niveles de la realidad. Dice que está estudiando un suceso real, observable y comprobable. Pero lo que asegura, fundamentalmente, es que es capaz de modificar ese conocimiento, en todo o en parte, cuando se presente alguna evidencia que lo contradiga.
La teoría de la evolución es compatible tanto con la química y a través de ella con la física, como con la geología (el ejemplo de colaboración interdisciplinaria entre la evolución y la geología es, a mi juicio, uno de los más hermosos que ha dado la ciencia). Ninguna otra teoría científica ha acumulado tantos datos favorables (es decir, informes acerca de los hechos) como la teoría de la evolución, aunque esos informes a veces sean indirectos como el registro fósil. (También son indirectos los datos acerca del desplazamiento de los electrones en los sólidos y, sin embargo, la tecnología del estado sólido no deja de sacar inmensos dividendos.)
Por eso, enrostrarle a un científico que la teoría de la evolución es sólo una teoría es como decirle a un músico que la 9ª Sinfonía de Beethoven es sólo una sinfonía.
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Esta sólo es una entrada para asentar en algún lado una metáfora que se me ocurrió mientras miraba una película de suspenso.