lunes, octubre 24, 2005

SANTA TERESITA, UNA CIUDAD PARA VIVIR
El problema fundamental

Gris... sin sol emerge la mañana de los costeros. Gris. Un día más, uno sin sombras ni contrastes, mediano transcurrirá hoy... y mañana y pasado mañana. Gris. Calles rectas y angostas, como la imaginación. Edificios altos y cuadrados, sin césped, con ventanas –muchas ventanas– se agolpan contra la playa como gigantes curiosos, ladrones de los primeros y los últimos rayos de sol. De pronto un sobresalto. El corazón se acelera. Una emoción. Parece mentira pero allí está. Una chispa. Hay uno que llama. ¿Habrá quién responda?

—El problema —dice por radio la periodista— es que no se castra los pichicho... ’tonce hacen lo que tienen que hacer, o sea más perrito... ¡Ese es el problema fundamental de Santa Teresita!

El político invitado ríe, su risa se escucha al aire.

—Sí, bueno... nuestra administración está haciendo todo lo posible por erradicar este problema. El doctor De Jesús se ha comprometido personalmente en el tema.
—Sí, totalmente de acuerdo con vos —interrumpe adulona la periodista —Además, imaginate, cuando se juntan esas bandadas de perros en las esquina molestan a los turista. ¡Hay que castrarlos!
—¿A los turistas o a las jaurías?
—¿A las qué...? No... sí... A los perros.

La mañana se va haciendo mediodía. Los chicos comienzan a salir de los colegios y pronto llenan las veredas. Las calles son un desorden. Juegan, corren, se empujan.

—... Y bueno, son chicos —dice una señora a otra con menos paciencia, de cabello lacio, rubio y con una franja negra o marrón muy oscuro que lo divide en dos cascadas que casi tocan los hombros.

Hay autos grandes y hay autos grandes y caros. Los hay pequeños y despintados. Oxidados también hay. De todo hay. Los chicos se escurren por delante, por los costados, ¡por todos lados! Algunos suben a los autos. La mayoría, los de guardapolvos rotos, caminan. Como siempre caminan hacia los fondos, hacia “la parte de atrás” del pueblo. Están sucios y flacos. Sonríen, corren y ríen. Parecen contentos, salvo uno. Se refugia en las paredes con la mirada fija en un destino más cercano, el único al que tiene acceso.

Uno de los coches elegantes esquiva la montaña de residuos –que debe tener unos quince días–, pisa la cuneta y salpica.

—¡Guacho de mierda! —ruge el nenito. Una mezcla de ira y miedo estalla en sus ojos, pero las llamas se consumen enseguida. El conductor del auto lujoso no lo escuchó, como siempre, como nunca.
—¡Era De Jesús! —advierten los más grandes, para que se calle.
—¡Hijo de puta! —vuelve a gritar el nene, pero el auto ya se había perdido dos esquinas más allá, en algún lugar.

Metió la mano en un bolsillo, sacó un pañuelo deshilachado y se secó la cara y un poco los pelos. Bordeó los negocios vacíos, los locales vacíos y los negocios que pronto se convertirán en locales. Él no lo sabe, no le importa, pero así será. Cuando se queda solo, aislado del mundo, piensa en lo poco que falta para el sábado. Le habían prometido ir a la cancha. Jugaban el CADU (Club Atlético Defensores Unidos) contra el Social. Los dos venían de ganar, uno a “los de San Clemente” y el otro a “los de Mar de Ajó”. No importaban más precisiones, eran los de afuera. Los de acá, aunque sea en el fútbol y por casi dos horas, eran los propios, los que unían al grupo. Sobre todo ahora, que eran los mejores. ¿Por quién hinchar? Tampoco le importaba.

Quedaban pocas cuadras, pero las más jodidas. El asfalto se había acabado hacía rato. Hacía quince o veinte minutos que caminaba calles de arena y ahora llegaban las huellas. Todavía no se ven las casas. Sólo la de don Ramiro, al que el municipio no le debe haber pagado, porque sigue con los vidrios de la ventana rotos.

—¡Y don Ramiro! ¡¿Cuándo le pagan?! —pregunta.
—No sé, pendejo... no sé.
—¿Y la marcha? ¿Cómo salió?
—No me jodas, nene. No fue nadie. Ningún comerciante, ningún alumno, ni siquiera esos que están ahí en la Sociedad de Fomento. Ni siquiera los alcahuetes que están adentro del palacio municipal se plegaron al paro...
—¿Sabe que Juan me mojó con el auto?
—Y a mí que me importa. Jodete.

El nene se encogió de hombros y siguió camino. Unos perros salieron al encuentro. Eran muchos y flacos. Le corrían por delante y por los costados. ¡Por todos lados! Entonces se dio cuenta que el problema fundamental de Santa Teresita era la gran cantidad de perros sueltos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Donde queda Santa Teresita?

Claudio dijo...

Pasarela de Santa Teresita
Santa Teresita es un pequeño pueblo costense de la Provincia de Buenos Aires con unos 20 mil habitantes. Tiene aproximadamente 3 km de largo por 1 y medio de ancho y es una de las tres ciudades principales del Partido de La Costa.

El único ingreso que tenemos es el turismo de cabotage y la gente principalmente trabaja o bien en el comercio o bien en la Municipalidad (algunos, los más acaudalados, trabajan en ambos lugares).

Tiene cuatro o cinco escuelas primarias y otras tantas secundarias. También una "Extensión" universitaria de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.

Santa Teresita en Google Maps.

Nat dijo...

Mala costumbre esta de entrar a comentar en post (el plural es posts?) viejos...Y este lo es bastante, cuatro días antes de mi cumpleaños.
Pero me dio ternura encontrar una postal tan perfecta de mi pueblo vecino (y del mío también, seamos justos)
Y estoy totalmente de acuerdo: el problema de Santa Teresita son las bandadas de perros sueltos.

Claudio dijo...

Por supuesto que no es una mala costumbre Nat, sobre todo si los comentarios son tuyos (escribo yo, pensando que alguna vez pasarás a ver si te contesté).

Lo que todavía no me explico es cómo llegaste a este post (los medios materiales puedo averiguarlos, es fácil).

Agendado el día de tu cumpleaños. Lo de las bandadas de perros lo dijo una "periodista" que conocés.

Nat dijo...

Si, claro, es imposible no reconocer su estilo...(el de la periodista)

Uno llega siempre adonde tiene que llegar, es inevitable.