jueves, octubre 27, 2005

Los límites de la objetividad

Siempre se ha pretendido limitar la objetividad en tanto instrumento racional del entendimiento del mundo. En mi opinión no han podido lograrlo. Félix Gustavo Schuster en “Los límites de la objetividad en las ciencias sociales” hizo un nuevo intento, pero algunas impresiciones conceptuales invalidan en gran parte su trabajo.

El artículo transita páginas de letra apretada y, sin embargo, no es posible encontrar una definición precisa del término ‘objetividad’, ni siquiera una mención clara de su conjunto de referencia. De todas maneras, Schuster distingue objetividades de dos tipos, la objetividad 1 (O1) que caracteriza como “... la objetividad propia de las experiencias de laboratorio...”; y la objetividad 2 (O2) que es aquella “... que resulta de la conexión de estas experiencias –las de tipo O1– con el propio investigador, con la ciencia dentro de la cual se realizan, con la ciencia general y con la sociedad que las ha promovido y en la cual se efectúan”.

La caracterización de O1 es por lo menos ambigua, por serlo su referente. Las “experiencias de laboratorio” son un conjunto de conductas de un grupo de seres humanos reunidos en un recinto especial. Es decir, asigna la objetividad a propiedades de unos sistemas concretos, al mundo y no a los instrumentos gnoseológicos (conceptos, proposiciones o teorías). Pero Schuster también podría referirse a los resultados de tales experiencias, o a los estados mentales en los que quedan los investigadores.

La caracterización de O2 es baga. Lamentablemente, en el artículo no nos dice que cosa resulta de una conexión ni de que tipo es dicha conexión.

Más adelante, el autor asegura que:

“... el ideal de la objetividad consiste en someter las creencias al test de criterios independientes e imparciales; como actitud científica, la imparcialidad es la aceptación de los controles que constituyen las reglas de juego de la ciencia y son transmisibles por instituciones científicas”.

Más allá de confundir los resultados de las investigaciones científicas con meras creencias, la objetividad deja de ser ya una propiedad de ciertas conductas humanas para convertirse en conductas humanas. Este cambio de referentes necesariamente transforma al objeto definido. En el párrafo citado ya no se está hablando de lo mismo que al principio.

La definición de imparcialidad es, según nuestra definición, subjetiva, porque requiere de un pensador que acepte (o no) los controles. Reduce Schuster la imparcialidad de un criterio a la parcialidad del capricho de una persona suficientemente poderosa. Está claro que si se admiten definiciones de este tipo, tarde o temprano se llegará al relativismo propuesto por Kuhn y su maestro Feyerabend. Pero no tenemos por que aceptarlo, y hay muy buenas razones para ello. Una es, claro, que la ciencia no se maneja mediante los códigos propuestos por Félix Schuster.

miércoles, octubre 26, 2005

De Sarmiento a la posmodernidad

Desde hace unos años el tema da vueltas en las redacciones. Cuando los aspirantes al ingreso a la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) fracasan en la evaluación de diagnóstico, cuando llegan informaciones de que en la Universidad Nacional de Rosario los talleristas son incapaces de superar la Instancia de Confrontación Vocacional, en la que deben aprobar exámenes básicos de química, biología y anatomía, ocurre el revuelo y hay una semanita de muchos dimes y te dirés sobre el tema, hasta que surgen noticias de verdadera importancia. A esta altura, en la parte final del ciclo anual todavía estamos a tiempo para mejorar la instancia del próximo año, aunque sospecho que la historia volverá a repetirse, porque el tema se asienta en las más profundas bases de la degradación cultural.

Que la decadencia se empiece a notar en las ciencias y las tecnologías científicas no es una casualidad. El ocaso cultural argentino comenzó en el golpe militar de Uriburu en la década del ’30. Luego, en los ’60 llegó de Estados Unidos una moda que cundió entre los intelectuales vernáculos, tanto de derecha como de izquierda e incrementó la pendiente. El máximo esplendor lo alcanzaron en la década corrupta y hoy, aunque el neoliberalismo está cada vez más lejos de las pampas, cátedras de prestigiosas Facultades siguen respirando el aliento posmoderno. Porque el posmodernismo, digámoslo de una vez, se da la mano con cualquier patrón ideológico.

Aunque la mayoría pasó sin pena ni gloria, algunos de estos pensadores se enquistaron en los círculos del poder académico y no pierden oportunidad de verter ponzoña oscurantista en las venas del Estado, cuyos funcionarios, ávidos de sabiduría superficial al paso, ayudan a diseminar.

Niegan que el progreso sea posible o que la verdad exista. Para ellos la verdad es una simple etiqueta adherida a un texto y en consecuencia no admiten que alguien pueda buscarla y encontrarla; mucho menos que poseerla sea una circunstancia del progreso. Como el asunto de las ciencias es la búsqueda y difusión de la verdad, los métodos del establishment intelectual argentino lograron asestar un duro golpe a las disciplinas científicas, cada vez más lánguidas.

Para ellos, el dislate de un astrólogo por televisión a las tres de la tarde tiene el mismo valor que la publicación del trabajo de un astrónomo de la UNLP, el psicoanálisis vale lo mismo que las neurociencias, la cura chamánica igual que la medicina de transplantes. Entonces, si todo vale, ¿para qué fomentar el desarrollo de la ciencia?, mejor que los científicos vayan a lavar los platos.

El desprecio por la ciencia y la investigación básica medra la educación en su conjunto. Quienes ingresan a los establecimientos educativos no especializados, en cualquiera de sus niveles, tanto públicos como privados, tienen gran probabilidad de salir analfabetos científicos. La sociedad no sabe qué es la ciencia, en consecuencia no la aprecia y muchas veces le teme. Una de las secuelas es que los maestros, por más pedagogía que aprendan, nunca podrán transmitir bien los conocimientos científicos porque les falta la sustancia fundamental.

El moño antes que el regalo, convencer antes que demostrar, análisis de discurso antes que de contenidos, son otras características de la filosofía “relativa”. Las propuestas usuales de la Dirección de Escuelas de la provincia de Buenos Aires es que los educadores participen en capacitaciones sobre las nuevas modalidades pedagógicas y técnicas para transmitir conocimientos. Nuevamente, el texto antes que el contenido o, en palabras a la moda, el significante antes que el significado. No se da cuenta el Estado provincial que en un desierto ni el mejor bombeador puede sacar agua, que se obtiene fresca y cristalina de un aljibe con un balde y una cuerda.

Con el sistema educativo nacional hundido “necesitamos hacer de toda la República una escuela. ¡Sí!, donde todos se ilustren y constituyan así un núcleo sólido que pueda sostener la verdadera democracia”, escribió Domingo Faustino Sarmiento.

martes, octubre 25, 2005

Estructura de las revoluciones científicas

Leo de E. Recami et al. en Ciencia Hoy 5: 30, 56; Taquiones, (Cuadro: La revolución filosófica de Einstein).

Muchos han hecho notar ya que el pensamiento científico avanza por generalización: [no por revoluciones] las viejas teorías se convierten en casos particulares de las nuevas, que resultan más abarcadoras. Así fue, justamente, la revolución provocada en la física por Albert Einstein. Con el advenimiento de la relatividad especial, la mecánica de Galileo y de Newton no fue descartada, pero perdió su universalidad y quedó claro que sus posibilidades de aplicación se restringen a situaciones en las que las velocidades relevantes son pequeñas comparadas con la de la luz.

Einstein:
“La tarea del científico es alcanzar las leyes elementales universales, a partir de las cuales construir el cosmos sobre la base de la pura deducción. No llega a ello por un camino lógico, sino sólo por la intuición. Su esfuerzo cotidiano brota directamente del corazón.”

Que podríamos completar con una cita de Richard P. Feynman que ya publiqué alguna vez:

Si no concuerda con el experimento está mal. En esta sencilla afirmación está la clave de la ciencia. No importa cuán hermosa sea su especulación. No importa cuán inteligente sea usted, [...] si no concuerda con el experimento está mal. Y eso es todo.

Objetividad

Cuando saco una fotografía obtengo una representación de la realidad que es aproximadamente verdadera. Sin embargo, si busco detalles cada vez menores llegará el momento que se romperá la correspondencia. Y es natural que así ocurra, porque referente y referencia son objetos de naturaleza diferente.

Una fotografía color tendrá una correspondencia mayor, una mejor adecuación con el paisaje, que una blanco y negro. Es decir, la primera será más verdadera que la segunda. Sin embargo, ambas son igualmente objetivas, porque las dos representan un objeto que existe independientemente de ellas, de quién las obtuvo y de quién las admira. Lo mismo vale, mutatis mutandis, para las formulaciones del mundo.

La realidad existe independientemente de seres inteligentes que puedan registrarla o "interpretarla". Como decía Bertrand Russell: “El Universo existía mucho antes de que la humanidad existiera y seguirá existiendo mucho después que aquella se extinga”. Todo objeto real es un sistema material o bien parte de él, cuyo comportamiento, estructura y composición están regidos por leyes cognoscibles, aunque tal conocimiento sea parcial y tengamos que estar permanentemente corrigiéndolo. Esta postura filosófica se conoce con el nombre de realismo materialista y conforma la base axiomática de esta discusión.

Debe ponerse énfasis en la diferencia de nivel (epistémico) entre la realidad y las teorías. La primera está compuesta de sistemas materiales, sean ellos átomos, sociedades o galaxias; mientras que las segundas son sistemas conceptuales, inventados para conocer los objetos reales y las leyes que los rigen.

Un concepto es objetivo si, y sólo si, existe una regla que le asigna una propiedad, evento o proceso del objeto real. Una teoría es objetiva si los conceptos que liga son objetivos. Por su parte, un concepto será subjetivo si incluye la necesidad del sujeto que piense dicho concepto.

Las sentencias subjetivas requieren la participación del sujeto en ellas, no obstante cuando se habla de capacidades o características de otra gente, las expresiones pueden ser objetivas. Por ejemplo, la sentencia “Las personas de Buenos Aires no exceden el metro y medio de estatura” es objetiva. Sin embargo, es falsa. Es objetiva porque los conceptos involucrados (persona, Buenos Aires y estatura) tienen referentes reales. (El concepto de persona es uno que se actualiza para cada uno de los individuos de Buenos Aires –gente real, de carne y huesos–. La actualización es verdadera para Alejandra, pero falsa para Facundo.)

En cambio, “El amor es un atributo de los seres humanos” es una frase subjetiva. Pero no porque hable de amor, que es un proceso que se da en el sistema límbico, lo que implica, según la definición, que el concepto de “amor” es objetivo; ni de “seres humanos”, que en este caso, vistos desde afuera, son objetos y no sujetos, sino porque habla de “atributo”. Implícitamente establece la necesidad de un pensador (sujeto) que atribuya la capacidad de amar a los seres humanos (objetos). Para volverla totalmente objetiva, la afirmación anterior podría transformarse así: “El amor es una característica de los seres humanos”. En este caso la sentencia no depende de ningún pensador particular.

Conclusiones. La objetividad no es una propiedad del mundo (e.d. de los sistemas materiales, sus eventos, procesos o estructura) sino de los artefactos teóricos creados para su entendimiento. Por eso el enunciado “el átomo es objetivo” carece de sentido, pero lo adquiere plenamente en “el concepto de átomo es objetivo”.

¿Es el posmodernismo un cuento de niños?

¿Usted cree en Papá Noel? No, no se ría, de verdad le pregunto. Y si no cree ¿por qué no cree? ¿No sabía Ud. que en el mundo hay muchísimas personas que creen en Papá Noel? Su hijo, su sobrinito o su nieto, ¿acaso no creen?

Hay millones de chicos en todo el mundo que cada Noche Buena esperan sinceramente a un barrigón barbudo, vestido de rojo y con un gorro de pompón blanco. Miran al cielo para ver un trineo volador tirado por renos voladores que hacen sonar cascabeles y que tienen la obligación de visitar 822.2 casas por segundo para llegar a tiempo.

Le cuento. Resulta que hay una moda en filosofía que dice que el único requisito para que algo exista es que haya un montón de personas que crean en ese algo. Y la inversa también es válida: según estos fashion de la filosofía, si una cultura ignora o no cree algo, ese algo no existe.

Entonces, Papá Noel ¿existe o no existe? La existencia no es una propiedad relativa de las cosas. Lo que quiero decirle es que una cosa está en este maltrecho Universo o no está, no hay otra. Ser o no ser, como decía Shakespeare, esa es la cuestión. No se puede existir para unos y no para otros. Lo que uno puede hacer es esconderse, como hacía mi tío cuando venían los acreedores, pero escondido y todo uno sigue existiendo.

Ahora que me acuerdo de mi tío, resulta que al tipo un día se le dio por escuchar a Alberto Cortés. Al día siguiente ya quería construir castillos en el aire y volar como las gaviotas. Enseguidita decidió no creer más en la ley de la gravedad; porque mi tío sería de pensamiento corto, pero las decisiones las tomaba rápido. Digo: Como pertenecía a la cultura de los que no creían en la ley de gravedad, entonces la ley de gravedad no actuaba sobre él. Los fashion de los estudios culturales lo aplaudieron a rabiar.

Mire que mi tía le insistió, le rogó, le tiró de la manga del saco, pero él nada; cuando se le metía algo en la cabeza no había quién lo hiciera cambiar. Fue y saltó por la ventana no más. Vivía en el piso 12. El otro día lo fui a visitar... al cementerio. Después del salto el ñato dejó de existir, incluso para los acreedores.

Mi tía quedó desconsolada. Tanto, que al poco tiempo empezó a ir a un psicoanalista. Pero los psicoanalistas en general son muy afectos a lo que dicen los fashion, entre otras cosas porque vienen de Francia, como Freud, Lacán y las cigüeñas.

Le decía: el psicoanalista de mi tía era más que moderno, era posmoderno. Y le insistía que si no podía soportar el hecho que mi tío estuviera muerto, que se mudara a una cultura en la que todos creyeran que estaba vivo. Al fin y al cabo, le decía el psicoanalista, la historia es un discurso construido y no una concatenación de hechos; que por otro lado no existen, salvo como un ideal que permite hablar de ellos como dijo Rorty, le aseguró casi sin respirar el psicoanalista a mi tía.

Ella, que no creía en Rorty ni en Papá Noel, ni en Freud ni en las cigüeñas que vienen de París, se cansó de tanta palabrería hueca, se levantó, le encajó un paragüazo en el marote y se fue. Pero desde la puerta le sugirió que construyera un discurso que dijera que el chichón le quedaba lindo y que ella le había pagado la consulta, cosa que nunca hizo, porque mi tía es de las que no se dejan estafar por los charlatanes.

Habráse visto, protestaba mi tía mientras caminaba bien pegadita a los edificios porque llovía y el psicoanalista le había roto el paraguas. Mirá que venir a decirme que la historia es una construcción cultural, se repetía indignada.

Yo no sé cuales fueron los motivos reales de su enojo, pero me parece que la ñata tiene razón. Si existen dos versiones opuestas acerca de un mismo hecho, ¿las dos están en lo cierto? Los filósofos fashion dicen que sí, que no existen los hechos objetivos, que lo que es cierto para una cultura puede no serlo para otra y que el saber de ninguna cultura es superior al de otra. Por ejemplo, ellos dicen que aquellas culturas que creían que la Tierra era plana tienen tanta razón como las que creen que es aproximadamente esférica.

Entonces, si los hechos objetivos no existen, ¿la muerte de millones de nativos durante las invasiones españolas es sólo una creencia verdadera en algunas culturas y falsa en otras? ¿no son objetivas las muertes y las torturas que sufrieron miles de argentinos durante los años de plomo? ¿tienen tanta razón los que dicen que los muertos por la dictadura no llegaron a 300 como los que dicen que fueron más de 30 mil?

¿Qué pasaría si a alguien se le ocurre decir, por ejemplo, que no hay que prevenirse del virus del SIDA porque el HIV sólo es una creencia de los médicos? ¿Y que pasaría si el que lo dice es un influyente pensador fashion, que no sólo convence a psicoanalistas sino también a políticos encargados de la salud?

José Pablo Feinman es un escritor y filósofo argentino que admira la obra de Heidegger, quien aparte de haber sido un nazi no arrepentido, fue el abuelo intelectual de esta moda filosófica que viene pegando fuerte en los centros de pensamiento humanista latinoamericanos. Feinman también es un referente filosófico del presidente de la Nación.

Nacha Guevara en la década corrupta, desde el canal estatal escribía frases con rouge en un espejo y decía que el mero hecho de creer en ellas hacía que se cumplieran. Nacha llegó a ocupar un cargo público en un área cultural.

Qué relación tiene todo esto con Papá Noel no sé. Podría preguntárselo a mi tía que sabe mucho de estas cosas, pero ella sigue llorando al ñato, que fue otra víctima del posmodernismo.

Adicción al psicoanálisis

El 43% de los argentinos fuma y si yo le preguntara si fuma, aunque Ud. no lo hiciera no se ofendería. En cambio, si le pregunto si se droga con cocaína la cosa toma otro color, fundamentalmente porque esta droga no tiene la aceptación social que tiene el cigarrillo. Pero hay más diferencias entre ellas: El tabaco provoca mayor cantidad de muertes y enfermedades que la cocaína, simplemente porque los fumadores pueden ejercer su adicción libremente y, en consecuencia, son más los que tienen acceso y lo pueden hacer más a menudo y en cualquier lugar. No estoy defendiendo el consumo de cocaína, no estoy loco; el punto es la aceptación social, fenómeno que también se da con el psicoanálisis.

Mudando papeles me encontré con un viejo artículo que apareció en la revista Ñ reforzando la aceptación social hacia otro tipo de prácticas, que en este caso no sólo perjudican el físico sino también la salud mental.

En la nota, la entrevistada con una desfachatez descomunal, respalda la ineficacia del psicoanálisis y defiende su falta de reglamentación legal. Se pone a favor de la economía neo liberal y dice que en cuestiones de salud mental también hay que desreglar, que la ausencia de ley es mejor que una legislación muy fuerte que proteja a los pacientes de los charlatanes (ella, claro, no los llama así, porque pertenece al clan). Lo que quiere, en definitiva, es que el Estado siga sin controlar el ejercicio del psicoanálisis a pesar de que está fuertemente entrometido en los sistemas públicos de salud mental.

¿Usted se psicoanaliza? Igual que con el cigarrillo la pregunta no ofende, ¿verdad? pero si le preguntara si intenta resolver sus problemas espirituales yendo al parapsicólogo, al curandero o a cualquier otro brujo, Ud. seguramente sentiría que estoy despreciando su inteligencia y se ofendería. Y no es para menos.

¿Pero se preguntó qué diferencia esencial existe entre un brujo y un psicoanalista? Brujos y psicoanalistas están al margen del conocimiento científico. El mismo Freud aconsejó a sus seguidores mantenerse al margen de la ciencia. Ambos cobran dinerales por técnicas que llevan años y que al final no dan ningún resultado; tanto unos como otros defienden esa ineficacia culpando al mundo, como lo hace Elisabeth Roudinesco en la nota de Ñ. Ambos grupos creen en fantasmas e intentarán curarlo apelando a ellos. Y tanto unos como otros pueden llevar a la muerte a un paciente que tenga una enfermedad mental grave como la depresión mayor.

Pero hay una diferencia fundamental entre ambas prácticas y es el perjuicio sanitario que producen. El psicoanálisis es más perjudicial que cualquier otro tipo de brujería. Y no es que esté defendiendo la parapsicología o las muchas formas de curanderismo. Ni por asomo, no estoy loco.

Como con el cigarrillo, acá también el punto central es la aceptación social del psicoanálisis. En la década del ’60 se puso de moda en la Argentina esta forma de macanear. Como toda moda fue y vino, pero en nuestro país nunca perdió el aura de prestigio. Mucha gente cree que son científicos y se resiste a salir de su engaño.

En algunos círculos sociales está de re-onda tener personal trainer y psicoanalista. Si no los tenés, no existís. Mi abuela le contaba sus penas al padrecito cura y gratis; Jesica, una amiga, hace como cinco años que no soporta pasar más de tres días sin analizarse y gasta un dineral cada vez que asiste a una sesión de terapia. Cuando la psicoanalista sale de vacaciones, Jesica me hace acordar a Pedro cuando le escondemos los cigarrillos.

Si Ud. quiere tirar su plata en charlas con los brujos no me preocupa, a menos que Ud. sea un maníaco-depresivo y el o la licenciada se resista a derivarlo a algún profesional de la salud que realmente sepa del tema.

Lo preocupante de la aceptación social del psicoanálisis es que los charlatanes convencieron a los políticos y lograron enquistarse en el sistema público de salud mental. En muchos casos obtuvieron puestos de poder. Se convirtieron en el establishment de la salud mental y no solo no curan sino que, además, no dejan curar.

Por eso, los políticos encargados de la salud mental deberían preguntarse por la eficacia de los métodos que se utilizan en los hospitales. Deberían cerciorarse que no se está engañando a los pacientes, que no se estén haciendo pasar discursos obsoletos por curas efectivas y deberían expulsar a los charlatanes con diván y todo, por más que hoy estén de moda y tengan buena prensa.

En cuanto a Ud., con su plata haga lo que quiera, pero a mí me parece que si desea cuidar su salud física no debería drogarse ni con cocaína ni con cigarrillos; y si, además, desea cuidar su salud mental, debería recurrir a buenos psicólogos, no a consultorios de psicoanalistas u otros curanderos de la mente.

lunes, octubre 24, 2005

Hechos y Noticias

Noticia es la información acerca de un hecho reciente y de interés general. Esta definición, simple sólo en apariencia, concatena los conceptos fundamentales de la noticia periodística: hecho, información y noticia. Sin embargo, así como la información necesita los requisitos de actualidad e interés para ser noticia, a esta última debe sumársele la publicación regular para convertirse en periodística. El punto importante aquí es, sin embargo, saber que relación guardan los hechos y las noticias, no en el sentido de veracidad sino como categorías ontológicas.

Los hechos son cambios de estado en sistemas materiales. Si el sistema es natural, por ejemplo la atmósfera, el suceso será natural, e.g., la emergencia de un ciclón. En cambio si el sistema es social, entonces ocurrirán acontecimientos sociales. Un hecho social es, por definición, la modificación del estado de al menos uno de los integrantes de la sociedad, efectuado por el cambio de estado de otro actor social o incluso por un elemento del entorno.

Por el mero hecho de cambiar, un sistema emite un abanico amplio de señales. Pero sólo aquellas detectadas y posteriormente decodificadas por seres humanos tendrán la oportunidad de convertirse en noticia, aunque no todas lo serán. Se llama información a este primer extracto de señales.

La noticia, subconjunto selecto dentro de la información tiene, por su parte, una doble modalidad. Por un lado es la portadora de información acerca de hechos, tanto sociales como naturales. Por el otro, en tanto modificadora de estados mentales y actitudes de las personas que se apropian de ella (tanto en la recepción como en la emisión), se constituye por derecho propio en un hecho social, y como tal tiene la capacidad de generar nuevos eventos sociales, sean estos nuevas noticias u otros hechos en contextos más amplios, por ejemplo manifestaciones multitudinarias.

Aunque relacionadas, estas dos facetas de la noticia son diferentes. La distinción permite establecer una separación entre los conceptos de “hecho” y “noticia”. Por lo general los hechos, aunque noticiables, no son noticia.

La noticiabilidad puede definirse en función de la cantidad de cambios o el potencial de modificaciones de actitudes de los actores sociales, vinculando así los hechos con la percepción subjetiva de ellos. De esta manera, la introducción en el seno de la sociedad de aquella información que hace que mucha gente hable de un evento o hecho social aumentará la noticiabilidad de este.

Al aplicar estas ideas a la noticia como acontecimiento social, podemos decir que ella, la noticia, será a su vez noticiable si produce el impacto suficiente para contribuir a su propagación en la sociedad, bien de boca en boca o bien porque varios agentes productores de noticias se hayan hecho eco.

SANTA TERESITA, UNA CIUDAD PARA VIVIR
El problema fundamental

Gris... sin sol emerge la mañana de los costeros. Gris. Un día más, uno sin sombras ni contrastes, mediano transcurrirá hoy... y mañana y pasado mañana. Gris. Calles rectas y angostas, como la imaginación. Edificios altos y cuadrados, sin césped, con ventanas –muchas ventanas– se agolpan contra la playa como gigantes curiosos, ladrones de los primeros y los últimos rayos de sol. De pronto un sobresalto. El corazón se acelera. Una emoción. Parece mentira pero allí está. Una chispa. Hay uno que llama. ¿Habrá quién responda?

—El problema —dice por radio la periodista— es que no se castra los pichicho... ’tonce hacen lo que tienen que hacer, o sea más perrito... ¡Ese es el problema fundamental de Santa Teresita!

El político invitado ríe, su risa se escucha al aire.

—Sí, bueno... nuestra administración está haciendo todo lo posible por erradicar este problema. El doctor De Jesús se ha comprometido personalmente en el tema.
—Sí, totalmente de acuerdo con vos —interrumpe adulona la periodista —Además, imaginate, cuando se juntan esas bandadas de perros en las esquina molestan a los turista. ¡Hay que castrarlos!
—¿A los turistas o a las jaurías?
—¿A las qué...? No... sí... A los perros.

La mañana se va haciendo mediodía. Los chicos comienzan a salir de los colegios y pronto llenan las veredas. Las calles son un desorden. Juegan, corren, se empujan.

—... Y bueno, son chicos —dice una señora a otra con menos paciencia, de cabello lacio, rubio y con una franja negra o marrón muy oscuro que lo divide en dos cascadas que casi tocan los hombros.

Hay autos grandes y hay autos grandes y caros. Los hay pequeños y despintados. Oxidados también hay. De todo hay. Los chicos se escurren por delante, por los costados, ¡por todos lados! Algunos suben a los autos. La mayoría, los de guardapolvos rotos, caminan. Como siempre caminan hacia los fondos, hacia “la parte de atrás” del pueblo. Están sucios y flacos. Sonríen, corren y ríen. Parecen contentos, salvo uno. Se refugia en las paredes con la mirada fija en un destino más cercano, el único al que tiene acceso.

Uno de los coches elegantes esquiva la montaña de residuos –que debe tener unos quince días–, pisa la cuneta y salpica.

—¡Guacho de mierda! —ruge el nenito. Una mezcla de ira y miedo estalla en sus ojos, pero las llamas se consumen enseguida. El conductor del auto lujoso no lo escuchó, como siempre, como nunca.
—¡Era De Jesús! —advierten los más grandes, para que se calle.
—¡Hijo de puta! —vuelve a gritar el nene, pero el auto ya se había perdido dos esquinas más allá, en algún lugar.

Metió la mano en un bolsillo, sacó un pañuelo deshilachado y se secó la cara y un poco los pelos. Bordeó los negocios vacíos, los locales vacíos y los negocios que pronto se convertirán en locales. Él no lo sabe, no le importa, pero así será. Cuando se queda solo, aislado del mundo, piensa en lo poco que falta para el sábado. Le habían prometido ir a la cancha. Jugaban el CADU (Club Atlético Defensores Unidos) contra el Social. Los dos venían de ganar, uno a “los de San Clemente” y el otro a “los de Mar de Ajó”. No importaban más precisiones, eran los de afuera. Los de acá, aunque sea en el fútbol y por casi dos horas, eran los propios, los que unían al grupo. Sobre todo ahora, que eran los mejores. ¿Por quién hinchar? Tampoco le importaba.

Quedaban pocas cuadras, pero las más jodidas. El asfalto se había acabado hacía rato. Hacía quince o veinte minutos que caminaba calles de arena y ahora llegaban las huellas. Todavía no se ven las casas. Sólo la de don Ramiro, al que el municipio no le debe haber pagado, porque sigue con los vidrios de la ventana rotos.

—¡Y don Ramiro! ¡¿Cuándo le pagan?! —pregunta.
—No sé, pendejo... no sé.
—¿Y la marcha? ¿Cómo salió?
—No me jodas, nene. No fue nadie. Ningún comerciante, ningún alumno, ni siquiera esos que están ahí en la Sociedad de Fomento. Ni siquiera los alcahuetes que están adentro del palacio municipal se plegaron al paro...
—¿Sabe que Juan me mojó con el auto?
—Y a mí que me importa. Jodete.

El nene se encogió de hombros y siguió camino. Unos perros salieron al encuentro. Eran muchos y flacos. Le corrían por delante y por los costados. ¡Por todos lados! Entonces se dio cuenta que el problema fundamental de Santa Teresita era la gran cantidad de perros sueltos.

Sistemismo, una opción preferible al externalismo y al internalismo

Ni mirarnos el ombligo ni echar culpas a todo el mundo, las actividades sociales son una fusión compleja de espontaneidad individual y causación social; y la ciencia, al ser una actividad social de pleno derecho, se encuentra regida por estos parámetros. Un simple “hago porque el contexto obliga” explica tan poco como el otro extremo: “soy libre de hacer lo que se me antoje”. Pero entonces, ¿cuál debería ser el marco apropiado para explicar el desarrollo de la actividad científica?

Externalismo

Es comprensible que los “externalistas” pretendan que la ciencia, tanto en sus contenidos como en las actividades de sus productores, esté completamente determinada por el entorno social. Les permitiría ignorar el talento de sus adversarios, la riqueza de los flujos de comunicación interna y hablar del funcionamiento de la ciencia sin comprender su discurso. A pesar de que muchos pregonan que el conocimiento del lenguaje de la tribu es importante, ninguno de ellos se esfuerza por conocer los códigos de comunicación interna de las comunidades científicas.

Sin embargo, si la actividad científica estuviera completamente determinada por sus interacciones con el entorno, no se explicaría cómo en la época de Galileo no fueron todos Galileos, o cómo Galileo no fue Bellarmino. O por qué Albert Einstein y Willard Gibbs publicaron exactamente la misma teoría sin conocer ninguno la obra del otro. Einstein, por ejemplo, era un joven judío-alemán que debía ganarse la vida en una oficina estatal de Suiza y no poseía experiencia ni estructura científica en la que respaldarse; Gibbs, en cambio, era un acomodado catedrático de una respetable universidad norteamericana y estaba en la cima de elite intelectual de la época.

Internalismo

A los “internalistas” no les va mucho mejor en su intento por describir la actividad científica. La ciencia, como toda actividad social, la desarrolla una comunidad antes que en una sociedad autosuficiente, por lo que su evolución no sólo depende de los mecanismos internos sino también de los vínculos con el entorno social que la cobija. Una visión netamente internalista no da cuenta de por qué se forman “componentes gigantes” alrededor de un tema dado o “mundos pequeños” de científicos que dan lugar a modas que muchas veces se evaporan tan rápido como llegaron. El internalista dirá que lo sustancial es el conocimiento científico producido; sin embargo, la investigación científica, en tanto actividad social, sesga el fondo de conocimiento acumulado por diversas presiones de índole extracientífica, sean éstas extra, inter o intracomunitarias; en consecuencia, si se desea conocer la evolución del pensamiento científico así como la estabilidad del sistema social que produce teorías científicas, no pueden ignorarse las relaciones entre cada comunidad científica con el exterior.

El problema de obtener una perspectiva coherente de la evolución del pensamiento científico sin caer en los errores del externalismo ni en los del internalismo y rescatar sus aciertos es difícil. No obstante es posible si se parte de una visión más amplia.

Sistemismo

La ciencia es un sistema concreto y como tal puede analizarse en una tríada: i) La composición, o conjunto de sus partes, que a su vez pueden ser complejas: científicos individuales, equipos de investigación, etc. ii) El entorno, que son las cosas que modifican a los actores o que resultan modificadas por ellos, pero que no pertenecen a la composición; el entorno, además, se divide en medio o entorno social y ambiente o entorno natural; y iii) La estructura, que es la colección de los vínculos entre actores, este caso los científicos, más el conjunto de los vínculos entre dichos elementos y el entorno; el primer tipo se llama endoestructura y el segundo exoestructura. A su vez, cada uno de los dos tipos de entorno define sendas categorías dentro de la exoestructura.

Las diferencias objetivas entre los vínculos pertenecientes a la endoestructura y los de la exoestructura son fundamentales para diferenciar la actividad científica del resto de las actividades sociales. Por ejemplo, la confección, publicación y lectura de papers es la vía más usual de comunicación dentro de las ciencias avanzadas actuales y conforma una de las principales componentes de su estructura interna (endoestructura específica), puesto que vincula a los científicos y los mantiene unidos generando nuevas instancias de vinculación en el quehacer científico. La divulgación científica, en cambio, es una relación entre la ciencia y su medio. Estos vínculos no pertenecen a la endoestructura sino a la exoestructura con el medio (ver cuadro) y además de circular por otros carriles, cumplen una función que no es la específica de la ciencia. En otras palabras, un científico será considerado como tal si produce conocimiento original y actual y lo publica en sus “círculos”, aunque no lo divulgue al resto de la sociedad.

El sistemismo es un marco conceptual más potente que sus alternativas porque no hace conjeturas rígidas y de tan largo alcance como ellos. Sus hipótesis se centran en las actividades mismas de los científicos y puede tomar los aciertos tanto del externalismo como del internalismo y rechazar sus errores.

jueves, octubre 20, 2005

Libertad de cátedra

Recorriendo bibliografía me reencontré con "La relación entre la sociología y la filosofía", de Mario Bunge. El tema por el que había llegado ahí es otro, pero al leer las conclusiones del capítulo 10 recordé el post anterior sobre la libertad.

La libertad debe estar asegurada en todos los ámbitos de la actividad humana pero en las Universidades, en tanto motores esenciales del desarrollo cultural, debe ser un tema sagrado. Sin embargo, como decía antes, la libertad hay que ganarla y no todos quienes a la sazón resultan protegidos de abusos políticos internos como externos a la institución hacen algo por defenderla. Comparto, claro, la idea de Bunge de que los charlatanes académicos deberían ser denunciados con todo rigor y energía, porque dentro de las universidades se cuecen los destinos intelectuales de los pueblos y con ellos enquistados en lugares de poder se pierde día a día la posibilidad de descubrir el universo. Tengamos pésimas universidades y recrearemos el medioevo. Y el posmodernismo, con su falsificación del conocimiento, con su intención de hacer pasar lo oscuro por profundo y lo superficial por conocimiento genuino ataca la búsqueda honrosa de la verdad.

El conocimiento superior debe protegerse de falsificadores y Bunge propone el siguiente

Cuadro de derechos y deberes intelectuales y académicos

  1. Todo académico tiene el deber de investigar la verdad y el derecho a enseñarla.
  2. Todo académico tiene el derecho y el deber de cuestionar todo lo que le interese, siempre que lo haga de modo racional.
  3. Todo académico tiene el derecho de cometer errores y el deber de enmendarlos cuando los detecte.
  4. Todo académico tiene el deber de desenmascarar patrañas, ya sean populares o académicas.
  5. Todo académico tiene el deber de expresarse en la manera más clara posible.
  6. Todo académico tiene el derecho de discutir cualesquiera concepciones no ortodoxas que le interesen, siempre que esas concepciones sean lo suficientemente claras para discutirse racionalmente.
  7. Ningún académico tiene derecho a presentar como verdaderas ideas que no puede justificar en términos de la razón o de la experiencia.
  8. Nadie tiene derecho a comprometerse a sabiendas en una industria académica.
  9. Todo cuerpo académico tiene el deber de adoptar y hacer cumplir las normas más estrictas conocidas del saber y el aprendizaje.
  10. Todo cuerpo académico tiene el deber de ser intolerante frente a la contracultura y la seudocultura.
Mario Bunge, 2000: La relación entre la sociología y la filosofía, Madrid, Edaf

sábado, octubre 15, 2005

El posmodernismo y la libertad

La libertad no es el ejercicio de lo que no está prohibido, sentenció gravemente el Soñador de universos posibles. Y cuando la clase estuvo en silencio, como si desgarrara un secreto profundo, con voz pausada pero potente agregó: La libertad está compuesta de sueños y de todas las acciones que optemos ejecutar para realizarlos.

Es por eso que la libertad no es gratuita ni está garantizada. Cada día millones de personas en todo el mundo luchan muy duro por conservarla, porque herirla de muerte cuesta muy poco: basta con cercenar la posibilidad de imaginar. La incomunicación o su expresión encubierta, la comunicación fragmentada propuesta por el posmodernismo, con su carga de brevedad, incompletitud superficial y urgente satisfacción de lo inmediato poda la arborización cultural de la gente y al diezmar ideales coartando fantasías nos convierte en personas más dependientes porque achica el futuro y cercena el campo de acción del que elegir.

La imaginación posmoderna, prisionera de un mundo artificialmente fragmentado resulta agobiada por la variedad propuesta por el Universo e incapaz de encontrarle regularidades huye atemorizada a guaridas homogéneas de aventuras sin sobresaltos. El posmodernismo, con su manojo de filosofías vulgares incapaces de explicar la riquísima variedad del mundo se consume dentro de los modestísimos límites de su lánguida imaginación. Y sin imaginación, la posmodernidad carece de las facultades necesarias para servir a la libertad del hombre.