lunes, abril 04, 2005

Bengalas

Las puertas comenzaron a cerrarse, los que estaban delante habían salido y ahora le tocaba a él. No llegaba al metro y medio, era flaquito, tenía ojos saltones y en la escuela le gustaba jugar al rango. Cuando le apretaron la cabeza contra el piso dejó de percibir la última veta de luz sobre las paredes ennegrecidas. Después, unos zapatos brillantes le aplastaron las manos y poco a poco todo se fue apagando. Pronto el salón quedó a oscuras, sólo persistieron los gritos y el olor ardiente del humo rancio. También gritó, pero las puertas no se abrieron.

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