…es triste ver que las ideas explicadas por Boltzmann con tanta elegancia, un siglo después todavía deban re-explicarse una y otra vez.
J. Bricmont, ¿Ciencia del caos o caos en la ciencia?
La divulgación científica es una tarea tan ardua como meritoria. Al no tratarse de comunicación interna entre científicos ni atender temas de los días comunes, le toca el difícil trabajo de construir un puente entre dos mundos. Sobre ese angosto pasadizo los divulgadores intentarán transportar pesados e inusuales conceptos sin que se aboyen demasiado ni que el puente se rompa. Reducirán su peso, los lustrarán y tratarán de hacerlos lucir parecidos a esos otros conceptos con los que tratamos a diario. Las ideas que llegan desde la ciudadela al otro lado del puente lo harán indefectiblemente distintas a como partieron.
Y no es que no se avise porque los buenos divulgadores de las ciencias avisan, a cada rato lo hacen. Pero muchas veces teóricos de la comunicación, filósofos y críticos literarios devenidos en filósofos, que deberían tomarse el trabajo de cruzar el río para aprender de los conceptos en su propia red semántica en la lengua natural de la ciudadela allende el profundo río, prefieren en cambio desoír advertencias y comprar el producto divulgado para inventar metáforas, porque les gusta inventar metáforas con palabras que suenan lindas y respetables.
Las palabras lindas y respetables atraen multitudes y las multitudes respeto y el respeto fondos del presupuesto. Y todos sabemos que están aquí por la fama y el presupuesto, no para describir una porción de la realidad que algún día sirva, quizá, para guiar la acción de forma eficiente. Es bueno hablar de entropías lustradas y morigeradas, citar ad nauseam a “los grandes” para seguir inventando el agua tibia y no pensar en entender la verdad, porque la verdad no importa puesto que la realidad no existe. Lo único que importa son las palabras lindas y respetables, como caos o entropía.
Un poco diferente es el asunto cuando el divulgador ganó el respeto, la fama máxima, y decide que es hora de predicar. Ningún respeto logrado, por más alto y bien merecido que sea, debe desviar la mirada crítica sobre las ideas, sobre todo los posteriores a la conversión. No hay argumento de autoridad que valga, sólo desde una posición apática será preferible decir “Y… lo dijo Prigogine, ¿vos quién sos?” a enfrascarse en el análisis lógico de la estructura conceptual que permita saber con certera profundidad de qué hablan al otro lado del puente, en la ciudadela científica, cuando mencionan palabras como sistemas dinámicos, entropía y caos.
El físico y químico belga, premio Nobel de química en 1977 por sus trabajos sobre la termodinámica de no-equilibrio con énfasis en las estructuras disipativas, Ilya Prigogine, se convirtió en una figura respetada en ambientes posmodernos (ese “aquelarre productor de palabras sin sentido”) porque proveyó un chorro fresco de metáforas. Su fama creció y se extendió de forma explosiva -de este lado del puente, claro, porque en la ciudadela los científicos levantaron sus hombros, tiraron las comisuras de sus labios hacia abajo, arquearon hacia arriba sus cejas y continuaron con el trabajo de todos los días.
Como lo importante es producir agua tibia a partir de lo que otros opinan, opinar sobre las opiniones, producir texto sobre textos, la posibilidad de metáforas respetables siempre es bienvenida. Los conceptos de caos, sistemas dinámicos y entropía, tan precisos y circunspectos en la ciencia, aplicables sólo a sistemas físicos, derramaron su vulgarización sobre las hojas posmodernas y ya nadie, de este lado del puente, pudo conocer el verdadero significado. Y es que a ellos no les importa mucho el verdadero significado de las cosas porque, como bien podría decir Rorty, no importa lo que la entropía sea, sino lo que nosotros podamos decir de ella.
El caso se agrava cuando el divulgador famoso aparte de morigerar el peso de los conceptos y lustrarlos, no avisa que lo ha hecho y los expone al público no entrenado sin advertirle que en la ciudadela esas palabras denotan ideas similares, pero otras; que al otro lado del puente los conceptos representados por dichas palabras están imbricados en redes semánticas distintas a las que él usa y que es necesario conocerlas para adquirir el significado completo. Porque de otra manera el lector incauto, convencido de estar leyendo ciencia en vez de divulgación científica, puede pensar que le será posible e incluso fácil trasladar los conceptos de una a otra disciplina por la vía de la metáfora y se convierte en eso que tanto odia: un reduccionista imprudente.
Y entonces surgen monstruosas quimeras. Guiadas por las imágenes de las metáforas y no por la lógica de los significados la batidora de textos macera en un mismo pasaje plegados de textos, partículas elementales, Internet y universo, Derrida, Shanon y Prigogine, entropías, neguentropías y antientropías, y uno queda preguntándose si de tanta confusión puede resultar algo efectivo o al menos útil.